martes, 2 de febrero de 2010

Sobre Haití, ara que està de moda

Sí, Haití està de moda, s'ha mort gent de forma espectacular. De fet, fa temps que hi mor gent de forma encara més espectacular i que ens hauria de cridar bastant més l'atenció, però no s'hi havia fixat ni Déu, potser és que els mitjans de comunicació no els interessava dir el que allà passava ni de qui era culpa (com la víbora sionista de la Rahola, que ja ha deixat anar la seva tifarada en una columna de la Vanguardia defensant l'ocupació militar yanki a Haití, i molts d'altres, però és que a aquesta li tinc especial manía). Per sort, al món queda gent que ens fa memòria, que treballa perquè els punts de vista més crítics surtin a la llum i per desmuntar els mítes de l'ajuda humanitària del primer món, que és ajuda amb una mà i bofetada amb l'altra. Disfruteu amb l'escrit d'Eduardo Galeano, no és molt llarg.

El primer día de este año, la libertad cumplió dos siglos de vida en el mundo. Nadie se enteró, o casi nadie. Pocos días después, el país del cumpleaños, Haití, pasó a ocupar algún espacio en los medios de comunicación; pero no por el aniversario de la libertad universal, sino porque se desató allí un baño de sangre que acabó volteando al presidente Aristide.

Haití fue el primer país donde se abolió la esclavitud. Sin embargo, las enciclopedias más difundidas y casi todos los textos de educación atribuyen a Inglaterra ese histórico honor. Es verdad que un buen día cambió de opinión el imperio que había sido campeón mundial del tráfico negrero; pero la abolición británica ocurrió en 1807, tres años después de la revolución haitiana, y resultó tan poco convincente que en 1832 Inglaterra tuvo que volver a prohibir la esclavitud.
Nada tiene de nuevo el ninguneo de Haití. Desde hace dos siglos, sufre desprecio y castigo. Thomas Jefferson, prócer de la libertad y propietario de esclavos, advertía que de Haití provenía el mal ejemplo; y decía que había que "confinar la peste en esa isla". Su país lo escuchó. Los Estados Unidos demoraron sesenta años en otorgar reconocimiento diplomático a la más libre de las naciones. Mientras tanto, en Brasil, se llamaba haitianismo al desorden y a la violencia. Los dueños de los brazos negros se salvaron del haitianismo hasta 1888. Ese año, el Brasil abolió la esclavitud. Fue el último país en el mundo.

Haití ha vuelto a ser un país invisible, hasta la próxima carnicería. Mientras estuvo en las pantallas y en las páginas, a principios de este año, los medios trasmitieron confusión y violencia y confirmaron que los haitianos han nacido para hacer bien el mal y para hacer mal el bien.

Desde la revolución para acá, Haití sólo ha sido capaz de ofrecer tragedias. Era una colonia próspera y feliz y ahora es la nación más pobre del hemisferio occidental. Las revoluciones, concluyeron algunos especialistas, conducen al abismo. Y algunos dijeron, y otros sugirieron, que la tendencia haitiana al fratricidio proviene de la salvaje herencia que viene del Africa. El mandato de los ancestros. La maldición negra, que empuja al crimen y al caos.
De la maldición blanca, no se habló.

La Revolución Francesa había eliminado la esclavitud, pero Napoleón la había resucitado:

-¿Cuál ha sido el régimen más próspero para las colonias?
-El anterior.
-Pues, que se restablezca.

Y, para reimplantar la esclavitud en Haití, envió más de cincuenta naves llenas de soldados.
Los negros alzados vencieron a Francia y conquistaron la independencia nacional y la liberación de los esclavos. En 1804, heredaron una tierra arrasada por las devastadoras plantaciones de caña de azúcar y un país quemado por la guerra feroz. Y heredaron "la deuda francesa". Francia cobró cara la humillación infligida a Napoleón Bonaparte. A poco de nacer, Haití tuvo que comprometerse a pagar una indemnización gigantesca, por el daño que había hecho liberándose. Esa expiación del pecado de la libertad le costó 150 millones de francos oro. El nuevo país nació estrangulado por esa soga atada al pescuezo: una fortuna que actualmente equivaldría a 21,700 millones de dólares o a 44 presupuestos totales del Haití de nuestros días. Mucho más de un siglo llevó el pago de la deuda, que los intereses de usura iban multiplicando. En 1938 se cumplió, por fin, la redención final. Para entonces, ya Haití pertenecía a los bancos de los Estados Unidos.

A cambio de ese dineral, Francia reconoció oficialmente a la nueva nación. Ningún otro país la reconoció. Haití había nacido condenada a la soledad.

Tampoco Simón Bolívar la reconoció, aunque le debía todo. Barcos, armas y soldados le había dado Haití en 1816, cuando Bolívar llegó a la isla, derrotado, y pidió amparo y ayuda. Todo le dio Haití, con la sola condición de que liberara a los esclavos, una idea que hasta entonces no se le había ocurrido. Después, el prócer triunfó en su guerra de independencia y expresó su gratitud enviando a Port-au-Prince una espada de regalo. De reconocimiento, ni hablar.

En realidad, las colonias españolas que habían pasado a ser países independientes seguían teniendo esclavos, aunque algunas tuvieran, además, leyes que lo prohibían. Bolívar dictó la suya en 1821, pero la realidad no se dio por enterada. Treinta años después, en 1851, Colombia abolió la esclavitud; y Venezuela en 1854.

En 1915, los marines desembarcaron en Haití. Se quedaron diecinueve años. Lo primero que hicieron fue ocupar la aduana y la oficina de recaudación de impuestos. El ejército de ocupación retuvo el salario del presidente haitiano hasta que se resignó a firmar la liquidación del Banco de la Nación, que se convirtió en sucursal del Citibank de Nueva York... El presidente y todos los demás negros tenían la entrada prohibida en los hoteles, restoranes y clubes exclusivos del poder extranjero. Los ocupantes no se atrevieron a restablecer la esclavitud, pero impusieron el trabajo forzado para las obras públicas. Y mataron mucho. No fue fácil apagar los fuegos de la resistencia. El jefe guerrillero, Charlemagne Péralte, clavado en cruz contra una puerta, fue exhibido, para escarmiento, en la plaza pública.

La misión civilizadora concluyó en 1934. Los ocupantes se retiraron dejando en su lugar una Guardia Nacional, fabricada por ellos, para exterminar cualquier posible asomo de democracia. Lo mismo hicieron en Nicaragua y en la República Dominicana. Algún tiempo después, Duvalier fue el equivalente haitiano de Somoza y de Trujillo.

Y así, de dictadura en dictadura, de promesa en traición, se fueron sumando las desventuras y los años.
Aristide, el cura rebelde, llegó a la presidencia en 1991. Duró pocos meses. El gobierno de los Estados Unidos ayudó a derribarlo, se lo llevó, lo sometió a tratamiento y una vez reciclado lo devolvió, en brazos de los marines, a la presidencia. Y otra vez ayudó a derribarlo, en este año 2004, y otra vez hubo matanza. Y otra vez volvieron los marines, que siempre regresan, como la gripe.

Pero los expertos internacionales son mucho más devastadores que las tropas invasoras. País sumiso a las órdenes del Banco Mundial y del Fondo Monetario, Haití había obedecido sus instrucciones sin chistar. Le pagaron negándole el pan y la sal. Le congelaron los créditos, a pesar de que había desmantelado el Estado y había liquidado todos los aranceles y subsidios que protegían la producción nacional... Los campesinos cultivadores de arroz, que eran la mayoría, se convirtieron en mendigos o balseros. Muchos han ido y siguen yendo a parar a las profundidades del mar Caribe, pero esos náufragos no son cubanos y raras veces aparecen en los diarios.
Ahora Haití importa todo su arroz desde los Estados Unidos, donde los expertos internacionales, que son gente bastante distraída, se han olvidado de prohibir los aranceles y subsidios que protegen la producción nacional.

En la frontera donde termina la República Dominicana y empieza Haití, hay un gran cartel que advierte: El mal paso.

Al otro lado, está el infierno negro. Sangre y hambre, miseria, pestes.

En ese infierno tan temido, todos son escultores. Los haitianos tienen la costumbre de recoger latas y fierros viejos y con antigua maestría, recortando y martillando, sus manos crean maravillas que se ofrecen en los mercados populares.

Haití es un país arrojado al basural, por eterno castigo de su dignidad. Allí yace, como si fuera chatarra. Espera las manos de su gente.


Les mateixes conclusions de sempre. Si els haguéssim deixat en pau quan tocava, probablement Haití seria ara un país amb prou força com per no dependre exclusivament de l'ajuda internacional en moments tant durs. Felicitats a Galeano, que ha posat de relleu una vegada més fins  a quin punt les polítiques occidentals són capaces d'arruinar països sencers i sumir-los en la misèria i la merda. Gràcies Eduardo.


I, per si encara us queden dubtes, un altre escrit dels bons:


VICENÇ NAVARRO * - Público de Madrid

 

28 Ene 2010. La enorme tragedia en Haití se ha presentado en la gran mayoría de los medios de información españoles como una catástrofe natural resultado de un terremoto de inusitada violencia que ha generado una gran respuesta humanitaria liderada por EEUU. Tal interpretación de lo ocurrido en aquel país es errónea.

 

Varios rotativos han señalado que incluso en la capital, Puerto Príncipe, los barrios pudientes apenas fueron afectados por el terremoto, con un número relativamente menor de daños, los cuales se concentraron en los barrios populares y pobres, donde vivía la gran mayoría de la población. Según declaraciones del propio alcalde de la ciudad, el 75% de las viviendas eran de muy pobre construcción, y el 80% de la población vivía en niveles de gran pobreza. No fue el terremoto en sí, sino la inexistente protección de la mayoría de la población, lo que creó la gran tragedia.


Lo primero que hay que acentuar es que, en contra de lo que dicen la mayoría de los medios de información, Haití no es, ni nunca ha sido, un país pobre. En realidad, fue siempre un país muy rico. En 1780, por ejemplo, el 60% del café y el 40% del azúcar consumido en Europa era producido en Haití. Pero, aunque el país era rico, su población era muy pobre: en realidad, el 60% eran esclavos en una colonia francesa. Su rebelión dio pie, más tarde, al establecimiento de una república, la segunda república que se estableció en las Américas, después de la estadounidense.


Más tarde, los problemas de Haití surgieron, en gran parte, debido a su proximidad a EEUU y el deseo de las compañías estadounidenses (muy influyentes sobre el Gobierno federal de EEUU) de asegurarse el control de los recursos del país, lo cual determinó la intervención activa y repetida (16 veces en el siglo XX) de aquel Gobierno (incluyendo a sus famosos marines) en las políticas del país. Estas intervenciones fueron siempre resistidas, lo que convirtió la historia de Haití de los siglos XIX y XX en una historia de revueltas populares reprimidas por las élites dirigentes y apoyadas siempre por el Gobierno de EEUU. Una de las más recientes fue el golpe militar que impuso Papa Doc Duvalier, que dirigió uno de los regímenes más corruptos y represivos que hayan existido en las Américas. Gobernó y arruinó al país durante 28 años. Fue sucedido por su hijo, el igualmente corrupto Baby Doc, Jean Claude Duvalier, cuyos Tonton Macoutes mataron a más de 60.000 opositores. El Gobierno federal de EEUU apoyó tales dictaduras. Una rebelión forzó a Baby Doc al exilio.


Más adelante, la población, en una de las pocas elecciones que se permitieron, eligió a Jean-Bertrand Aristide con un programa que incluía propuestas altamente populares como la reforma agraria, la reforestación de la tierra (desertizada por una sobreexplotación de la tierra por las compañías extranjeras), la sindicalización de los trabajadores en las empresas textiles (que eran famosas por las condiciones infrahumanas de sus trabajadores) y el aumento de salarios. Fue depuesto por un golpe militar en 1991, permitiéndosele que volviera en 1994 con la condición de cambiar sus políticas públicas, adaptándolas a las políticas neoliberales propuestas por la Administración Clinton. Aristide se resistió a desarrollar tales políticas, lo que generó un bloqueo económico por parte del Gobierno estadounidense que terminó con la expulsión de Aristide del Gobierno de Haití y su exilio. En su lugar, el Gobierno estadounidense y tropas de las Naciones Unidas impusieron un Gobierno títere, presidido por Gérard Latortue, altamente corrupto, que desmanteló las reformas realizadas por el Gobierno Aristide, desarrollando políticas neoliberales que destrozaron la agricultura nativa del país. Al eliminar la protección de la agricultura nativa, la desregulación de los mercados a nivel internacional, llamada globalización, destruyó la economía de Haití -que había sido un país exportador de arroz y azúcar-, pasando a ser importador de ambos productos, pues el arroz y azúcar importados se vendían en el mercado doméstico a un precio menor que el producido en el país.


En el año 2006, se permitieron elecciones de nuevo (aunque no aceptaron que Aristide participara y le forzaron a continuar en el exilio) y salió elegido René Préval. Préval había sido en su día aliado de Aristide, pero su Gobierno se coligió con EEUU siguiendo las políticas neoliberales dictadas entonces por la Administración Bush, lo que continuó afectando negativamente la infraestructura económica del país. En este sistema neoliberal, la pobreza la iban a resolver las Organizaciones No Gubernamentales (Haití es el país con mayor densidad de ONG en el mundo), todas ellas realizando su actitud caritativa, apoyadas por las instituciones de ayuda internacional. Mientras, Aristide no podía volver a Haití y su partido, Fanmi Lavalas (que era, ampliamente, el más popular), estaba y aún hoy continúa prohibido: Haití iba a celebrar elecciones el próximo mes, de las que Aristide y su partido estaban excluidos.


En realidad, una de las preocupaciones del Departamento de Defensa de EEUU es que el terremoto dé pie a una revuelta popular, tal como ocurrió en los años setenta en Nicaragua después de un terremoto similar (aunque con menor intensidad). De ahí la invasión de Haití por los marines bajo el argumento de "mantener la seguridad".


A la luz de estos hechos, hablar de desastre natural es asignar a la naturaleza o a un poder sobrenatural la responsabilidad de una situación de la cual se conocen fácilmente los culpables, incluyendo a los supuestos benefactores. Tanta "ayuda humanitaria" sirve para ocultar las causas políticas de la pobreza (ver "Las causas de la pobreza mundial", Público, 29-10-09). Lo que Haití necesita es que se le permita a la población poder desarrollar el sistema político y económico que desee, sin obstaculizar su desarrollo económico y sin demonizar a las fuerzas que intentan romper aquellas enormes estructuras opresivas, tal como está ocurriendo en otros países del mismo continente.

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